lunes, 23 de julio de 2012

HISTORIAS OLÍMPICAS: LA FLECHA QUE NO ENCENDIÓ NADA



CUANDO UNO QUIERE VER LO VE

Los de Barcelona ’92 fueron unos Juegos Olímpicos históricos por distintos motivos, al punto de ser considerados en su momento como los mejores de la historia.
Se disputaron entre el 25 de julio y el 9 de agosto de 1992, y fueron la XXV edición de la Era Moderna.
Aquellos Juegos en suelo catalán batieron todos los récords en varios aspectos: participaron 10.000 atletas de 165 países, la Villa Olímpica albergó a 15.000 personas y el alojamiento fue gratis por primera vez en la historia; alrededor de 3.500 millones de personas vieron en vivo por TV las ceremonias de Apertura y Clausura, y por primera vez no hubo ningún país que boicoteara la cita. Además, eran tiempos de grandes cambios en el mundo, y hubo tres casos que resultaron emblemáticos.Sudáfrica volvió al plano internacional del deporte, tras la liberación de su líder, Nelson Mandela y el fin del apartheid. Alemania volvió a competir como un país unificado luego de 28 años, y como consecuencia de la caída del muro de Berlín en 1989.
Por último, tras la caída de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), ocurrida entre 1991 y 1992, los atletas de los paí- ses que conformaban aquella unión (con la excepción de los países bálticos) compitieron bajo el nombre de Equipo Unificado o CEI (Comunidad de Estados Independientes).
Al margen de tamañas exhibiciones de los nuevos escenarios polí- ticos que mostraba el planeta, el momento que paralizó al mundo fue cuando llegó el momento de encender el pebetero olímpico.
En una acción que no tiene demasiado espacio para las sorpresas, Barcelona dio la nota.
El último en recibir la antorcha olímpica fue Antonio Rebollo, un arquero paralímpico que apuntó con su arco y lanzó la flecha ardiente hacia el pebetero, que se encendió a su paso.
Fue un momento inolvidable. Rebollo, un madrileño que por entonces tenía 37 años, había sido uno de los cuatro finalistas de un total de 200, en la búsqueda del arquero ideal para tamaña responsabilidad, y se enteró de que era el indicado solo dos horas antes de encender el pebetero, cuando la ceremonia ya había comenzado.
Tiempo después, la TV reveló con “imágenes nunca vistas” de tomas de cámaras alternativas a la que transmitió en vivo aquel momento, algo que todo el mundo sospechaba y que algunos perspicaces ya habían notado: la flecha lanzada por Rebollo jamás entró.
Pasó por encima del pebetero y fue a parar a unos 20 metros del estadio olímpico, donde por casualidad no hirió a nadie, ya que una multitud que no había logrado comprar entradas, disfrutaba de la ceremonia desde afuera.
Se habló de farsa, de engaño. Pero las probabilidades de que la flecha de Rebollo, por más buen arquero que fuera, pudiera entrar en el medio del pebetero, eran realmente escasas.
Y resultaba mucho más conveniente asegurarse de que al menos pasara por encima y tener perfectamente coordinado el encendido automático del fuego olímpico, que quedarse corto con el tiro y provocar una tragedia en las tribunas más cercanas a ese sector.

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